En el principio, allí donde las
nubes viven su niñez
y las flores de sándalo perfuman con
su esencia las incógnitas ,
allí, entre columnas
de capiteles sobrios
y fustes flambeados por el sol de poniente,
allí donde los vientos azotan las
entrañas
hasta resecar la huella del
lamento,
allí se alza el templo de Opmeit.
La voz de Opmeit es respetada
y su cólera temida por los hombres.
Opmeit es sabio, es ecuánime , es generoso.
El conoce lo que ha de venir ,
no tiene principio ni tendrá final.
En Él está la consumación de todo
lo hecho.
Por Él abandonará la luz
a las criaturas
y antes de amanecer volverá a ellas
y el canto de la alondra se negará
a la vanidad de la penumbra.
Mi mente estaba inquieta, anegada
de luz en su delirio.
No conocí el sueño. Apenas el alba proclamó
la más incruenta derrota de la
noche
emprendí el camino hacia el templo
de Opmeit.
Detrás de mí quedaron
las orgullosas cumbres que sometían
los ríos
y burlaban los valles.
El pensamiento era frágil como la solidez de la ceniza.
Al fin mis ojos atisbaron el templo
y al llegar a él postrándome invoqué:
“Opmeit, Opmeit, decidme señor,
qué fue de la palabra, qué fue de
los textos,
de los sagrados textos,
qué fue de los poetas que
anunciaban la tragedia gris del desamor.
Qué fue de las heridas abruptas de
la guerra,
la estrategia del hambre,
qué fue de los vencidos,
del poder de los reyes
por qué el silencio cómplice no golpea
nuestras sienes.
Opmeit señor decidme,
dónde lleva el camino que trazaron
las raíces eternas del cerezo.
Opmeit habló y los astros se
detuvieron.
“ Escucha mi respuesta,
recuérdala como los pájaros lo
hacen
con sus nidos en cada primavera.
De donde yo vengo
allí tu llegarás y no has de hallar
en tu avance
zarza o Minotauro que te lo impida.
Escucharás el rumor de los días,
el limpio crepitar de los meses,
el latido de la gota que cae
lentamente de la artesa
sobre el jardín algebraico donde
yacen los años
Cuando culmines tu viaje hallarás las respuestas,
pero no habrás de contarlas a
otros.
La muerte es sabiduría, cognición
perfecta en la serenidad de la materia.
Y dicho esto, Opmeit escribió su nombre
sobre la dorada arena que
circundaba el estanque.
Nada turbó la pátina, la quietud
solemne del azogue
y en el espejo del agua no se leía
Opmeit ;
se leía tiempO.
1 comentario:
Llego hasta aquí siguiendo una indicación de nuestro común amigo Ricardo Lópes Rubio y me he sorprendido muy gratamente.
Ahora me quedo únicamente por usted mismo, por su palabra. Por su forma de unir las palabras con amalgama de sensibilidad
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